Escarpa: Me parece una idea estupenda la de refugiarnos en Canduela para leer, escribir y hablar de poesía durante horas. No es tan fácil hacer eso en la rutina diaria. Y en clase a veces no hay tanto tiempo como ara profundizar en todos los temas que van surgiendo. ¿Cuáles te gustaría tratar a ti, Bernard?

Bernard: Me gustaría hablar de los umbrales. De ese espacio intermedio entre el lenguaje y lo desconocido, y de cómo podemos dar el paso, entrar en eso que apenas comprendemos, darle forma a través de la palabra…

E: Completamente de acuerdo en que esto de la poesía tiene mucho que ver con el misterio. La liturgia. La transmisión de contenidos psíquicos, como explica Bousoño en un libro que me obsesiona mucho últimamente, su “Teoría de la expresión poética”. Lo que nos llevaría también a hablar de Valente y a la antigua polémica sobre si la poesía es comunicación o es conocimiento. En ese sentido yo estoy con Riechmann: en realidad lo importante es que el texto poético modifique a su lector, pero también a su creador. Escribimos, en mi opinión, para tranformar, pero sobre todo para transformarnos.

B: Sin duda. Y también para comprendernos. El poema, desde mi punto de vista, es ante todo una pregunta, una forma de cuestionar la realidad. Pero claro, para cuestionar esa cosa incomprensible, la “realidad”, nos toca transformarla en otra cosa, en algo que podamos, de algún modo, sostener entre las manos. Yo creo que es entonces cuando surge el poema. Y, una vez que está hecho, nosotros no hemos comprendido nada, pero ya somos otro.

E: Por arte de birlibirloque. Y porque las palabras son todas increíbles. Mira, por ejemplo, “birlibirloque”. Lo son por su sonido, por su sentido y por la confluencia y superposición de ambos. Y no hace falta haber leído a Saussure para percibir esto. Basta con prestar atención. Tender hacia ellas. Y entender que no se trata de entender.

B: En cuanto al lector, yo creo que tampoco entiende nada. Lo que sí importa es la ilusión que se genera en la lectura. La ilusión de que alguien ha puesto palabras a algo que nosotros intuíamos, pero que no podíamos ver. Aunque, en realidad, nada de eso es cierto. Sobre esa mentira se fundamenta, creo yo, la poesía. La idea del poema como algo compartido.

E: No es fácil aceptar que la poesía es mentira, pero en realidad está clarísimo. El poema es un dispositivo, una plataforma, una trampa, una ficción, una maquinaria que se activa con la gasolina de su propia potencia: un producto autorreferencial, paradójico, escurridizo, que huye de los poetas… Escribir es como posar el tigre de Cortázar: invocar a un animal que, si lo domas, se vuelve inútil, pero que, si no lo controlas, te arranca la cabeza.

B: Estoy de acuerdo. Ya lo decía Magritte. La gente que busca significados en la poesía no ha entendido nada. Cuando preguntamos “¿Qué significa esto?”, sólo manifestamos nuestro deseo -nuestra necesidad- de que todo tenga sentido…

E: Sí, eso lo explica muy bien Ana Rossetti cuando dice que los poemas son como los buenos chistes: breves, contundentes y completamente imposibles de explicar. Si no lo pillas, lo único que puedo hacer es volver a contártelo. El chiste, pero el poema también.

B: Pues yo no sé qué pretendes hacer tú, pero a mí me apetece encerrarme con el tigre ese en un retiro de creación… Llámame loco, o poeta, que al final… 

E: Estamos demasiado de acuerdo. Confío en que allí en Palencia discutiremos más…